El Gobierno llega a su primer desafío electoral distanciado con el principal sector de la industria y enfrentado con los productores del campo. Es una señal compleja, porque compone un mensaje que va más allá de los objetivos que declaman los funcionarios. Traduce una forma de pensar y proyectar la política pública que no suma certezas a un país que busca, casi desesperadamente, un rumbo que permita reconstituir la confianza.
Los ruralistas tienen presente que el presidente Alberto Fernández se había comprometido a liberar gradualmente el cupo que se fijó a la exportación de carne en la medida en que los precios internos se estabilizaran. Los datos de la industria muestran que en promedio los cortes que se venden al mercado interno descendieron algo menos de 1% en julio.
Sin embargo, el Gobierno renovó el cepo y revivió el enojo de toda la cadena cárnica, que sigue sin entender en qué lógica se apoya el Ejecutivo para avanzar en una cuestión así. «Nos llevó años desarrollar el mercado chino, y de un día para el otro debimos decirles que no podíamos cumplir con los embarques prometidos. Es lo mismo que decirles búsquense otro proveedor», se lamenta el CEO de un frigorífico local.
El Día de la Industria, el Presidente eligió pasarlo en el Chaco, un distrito en el que más allá de las fábricas que subsisten en la provincia, está claramente asociado a la producción primaria (cultiva algodón, cereales, soja y tienen fuerte presencia la cría de ganado y el sector forestal). Empalmaba bien con su agenda de campaña por el interior, pero dejó al acto de la UIA sin los principales referentes del Poder Ejecutivo. Quiso dar un mensaje de federalismo, pero quedó agrietado. De haber sido conversado con la central fabril, podrían haber confluido funcionarios y empresarios en un punto del interior para consensuar un mensaje abarcador. Pero eso no sucedió.