El Presidente y la vicepresidente no hablan entre sí.
Desde hace sesenta días que Alberto Fernández ya asume todas las decisiones clave del Gobierno sin consultar a Cristina Kirchner, que decidió correrse, molesta y enojada, por el tono y el contenido de las negociaciones que Martín Guzmán mantuvo en enero con el staff del Fondo Monetario Internacional (FMI).
La vicepresidente no compartió la estrategia del Presidente y su ministro de Economía con el Fondo y decidió ejecutar un repliegue táctico a la espera de un resultado político que cree factible: el fracaso del acuerdo con el FMI y su posterior revancha palaciega.
En este contexto político, por entonces un secreto de Estado, Máximo Kirchner renunció a la presidente del bloque de diputados y CFK mantuvo su silencio público respecto a las conversaciones que protagonizaba Guzmán para llegar al Staff Agreement que hoy avalará el Senado con una mayoría robusta y multipartidaria.
Con la ruptura expuesta hacia adentro del Palacio, Alberto Fernández mantuvo las formas para evitar que el quiebre se convierta en una crisis de gobernabilidad. Desde Beijing, China, el Presidente le contó a Cristina como habían sido sus reuniones con Vladimir Putin y Xi Jinping, y días más tarde le dejó un mensaje por su cumpleaños.
Frente a los llamados de Alberto Fernández, la habitual locuacidad de CFK mutó a una fría sucesión de monosílabos que al final terminó en su decisión política de obviar los mensajes que recibió desde su cuenta de WhatsApp y Telegram para saber cómo estaba después de sufrir una agresión fascista en su despacho del Senado.