El testimonio de la amiga secreta de Diego Maradona

Se llama María Fernanda Márquez Miranda, conoció al Diez a mediados de 1996 y, aunque nunca se mostró públicamente con él, se convirtió en su confidente durante varios años hasta que perdió su contacto. “Él siempre decía que lo que le gustaba de mí, era que yo lo trataba como un tipo común”, contó

 “Mirá que sos rara vos”, le dijo Diego Maradona cuando la conoció, a mediados de 1996. Pero María Fernanda Márquez Miranda no era rara. Simplemente era distinta a las mujeres que él solía conocer en aquellas largas noches en las que la droga y el alcohol eran protagonistas. Cuentan, los que saben, que el Diez llegó a enamorarse de ella. Pero que la respetaba demasiado. Y que prefirió conformarse con su amistad antes que intentar algo más y correr el riesgo de perderla para siempre. Porque ella logró ver al hombre más allá del ídolo. Y lo hizo muy lejos de las cámaras.

De hecho, nadie sabía quién era esta bella mujer cuando apareció en el velatorio íntimo del astro, ese al que solo accedieron los familiares y los seres más cercanos. Pero en ese momento, ella tampoco habló. Se limitó a llorar en silencio por la partida de ese hombre con el que tantas charlas había mantenido. Y guardó como tesoros los recuerdos que tenía de él hasta ahora que, por primera y única vez, se animó a abrir su corazón con Infobae para compartir su historia.

—Para saber un poco de usted, ¿qué edad tiene, a qué se dedica, tiene hijos…?

—Tengo 51 años, soy empleada administrativa y soy mamá de Tomás, de 23, y Delfina de 18. Una persona como cualquier otra.

—¿Y cómo lo conoció a Diego?

—Yo estaba cenando con mi prima en un restaurante y boliche que se llamaba Sky Ranch. Me acuerdo que yo siempre decía que el día que lo conociera a Maradona le iba a decir que era el mejor jugador del mundo y le iba a pedir una foto. Pero, cuando lo vi, me quedé muda. Es más, junto a él estaba Leo Sucar, que es mi amigo, y me lo quiso presentar. Pero cuando Diego me iba a dar un beso le corrí la cara…

—¿Por qué?

—¡Por los nervios que me agarraron! Cuando me calmé y reaccioné, lo busqué a mi amigo para decirle que por favor me lo presentara. Y él me dijo: “Fer, te saludó y le diste vuelta la cara”. Entonces le dije que había sido por la emoción, que le prometía que no lo iba a volver a hacer. Así que nos acercamos de nuevo y él, súper humilde, se presentó diciendo: “Soy Diego”.

«Esa noche lo conocí a Diego y años más tarde me firmó la foto. Por eso la tengo en un cuadro», cuenta Fernanda

«Esa noche lo conocí a Diego y años más tarde me firmó la foto. Por eso la tengo en un cuadro», cuenta Fernanda

—¿Entonces?

—Yo le dije: “Soy Fernanda”. Y lo primero que se me ocurrió comentarle fue: “¡Qué lindos zapatos tenés!”. A lo que él me contestó diciéndome la marca.

—¿Y qué marca eran?

—Versace.

—Claro.

—Entonces se quedó como helado.

—Era evidente que no se esperaba un elogio a su calzado…

—¡Totalmente! Ahí me dijo: “¿Mirá que sos rara vos, eh? Nunca nadie me miró los zapatos cuando me presentaron”. Pero a mí me salió eso. La cosa es que él estaba en una mesa de la izquierda intentando cenar, porque la verdad es que la gente no lo dejaba comer en paz. Y al rato nos invitó a mi prima y a mí, que estábamos esperando a otras amigas, a que nos sumáramos con ellos. Pero lo mío era una torpeza tras otra…

—¿Qué pasó?

—Yo trataba de mostrarme lo más natural posible, pero no me salía. Como yo no tomo alcohol, me llevé el vaso de gaseosa con limón que tenía en mi mesa. Y Diego me dijo: “Pero mirá que te estoy invitando, eh”.

—¿Pensó que lo hacía para no gastar?

—Exacto. Y yo le dije: “Ya sé que me estás invitando, pero como veo que están tomando alcohol y yo no tomo”. Entonces él me respondió: “Pero yo te juro que si te pedís una gaseosa con limón yo te la pago igual, no hace falta que te traigas la de tu mesa”.

«Este es un altar que tengo de Diego en mi casa, donde está el único autógrafo que le pedí para mí, porque siempre le pedía para otros, y los dos frasquitos del perfume Angel qué él usaba», describe Fernanda

«Este es un altar que tengo de Diego en mi casa, donde está el único autógrafo que le pedí para mí, porque siempre le pedía para otros, y los dos frasquitos del perfume Angel qué él usaba», describe Fernanda

—Suena lógico.

—Yo estaba muy nerviosa. Y él siguió: “¡Mirá que sos rara, eh! Me mirás los zapatos, no tomás alcohol…”. Pero al rato nos sentamos y empezamos a charlar. Y ahí pude empezar a conocer al otro Diego, al que no se podía ver por la televisión. Justo era la época en la que a Guillermo Cóppola lo habían metido preso. Y me acuerdo que en el programa de Mauro Viale se hablaba todos los días de ese tema. Así que era todo un escándalo.

—Era una época complicada para Maradona en cuanto a las adicciones…

—Gracias a Dios yo nunca lo vi en mal estado. Sí te puedo decir que algunas veces lo noté como más exaltado y todo eso. Pero bueno, el champagne era moneda corriente en sus mesas…

—¿Cómo continuó la noche?

—Yo en ese momento estaba de novia con el que después fue mi marido y padre de mis hijos, que casualmente también se llama Diego. Él no había ido conmigo ese día, así que le pedí a Maradona si lo podía llamar para saludarlo.

—¿Lo llamó?

—Sí, fue tan amable que lo llamó. Pero era un jueves, día laboral, a la una de la mañana. ¡Imaginate que te llamen a esa hora y te digan: “Hola, soy Maradona”! Mi novio no le creyó y le cortó. Así que lo volvió a llamar y le dijo: “Acá estoy con tu novia, Fernanda”. La cuestión es que se pusieron a charlar. Y, cuando yo quise regresar a mi casa, Diego me acompañó a tomarme un taxi y me pidió el teléfono para ver si llegaba bien.

—¿Se lo dio?

—Le di el de mi casa, porque en esa época eran muy pocos los que tenían teléfonos celulares. Y, efectivamente, calculó cuánto tiempo podía tardar y me llamó para chequear que había llegado bien. Ese fue el primer llamado.

—¿Y cuál fue el siguiente?

—En ese momento Diego estaba viviendo en hoteles. Lo digo en plural, porque se mudaba de uno a otro cada vez que la prensa averiguaba dónde estaba. Así que me llamó para que fuera con mi novio a cenar con él adonde estaba parando, para que él también pudiera conocerlo personalmente. Así que comimos, charlamos y nos intercambiamos los teléfonos para seguir en contacto. Es sabido que Maradona cambiaba los celulares todo el tiempo porque enseguida se lo viralizaban. Pero pudimos entablar una relación muy linda durante años. Y él siempre decía que lo que le gustaba de mí, era que yo lo trataba como un tipo común.

—¿Pudo llegar al ser humano más allá del ídolo?

—Claro. Yo siempre había sido fanática suya. Pero no sé, me salió naturalmente tratarlo como a cualquier otra persona. Y a él le gustaba eso. Por darte un ejemplo, un día me llamaba para pedirme que fuera a visitarlo, me decía que me mandaba un auto. Y yo yo le respondía que no podía porque estaba planchando. Entonces él se reía y me increpaba: “¡Mirá que sos un personaje vos! ¿Le estás diciendo que no a Diego Armando Maradona porque estás planchando?”. Pero yo le decía: “Sí, estoy planchando”.

—¿Y de qué le hablaba en esos encuentros? ¿Mencionaba a sus hijas, Dalma y Gianinna?

—Muchísimo. La experiencia más movilizante que tuve con él, fue una vez que se puso a llorar en mi falda. Estaba llorando como un nene diciendo que él no podía cumplirle la promesa que le había hecho a Dalma de llevarla al cine, porque la gente no se lo permitía. A él le daban las películas para que las viera en su casa. Pero él quería ir al cine con sus hijas como todos los padres y no podía. Esas situaciones lo ponían muy mal. Como otro día que Gianinna le había pedido que la llevara a un shopping y tampoco le pudo dar el gusto.

—¿Le hacía referencia a Claudia Villafañe?

—Sí. En ese momento ellos estaban que iban y venían, pero él siempre la valoró como mujer. Hablaba maravillas de ella y remarcaba el amor que sentía hacia sus hijas.

—¿De Diego Junior decía algo? Porque Jana nació el mismo año en que ustedes se conocieron y Dieguito llegó mucho después…

—No, no, no… Nunca me habló de él. Pero de las nenas sí.

—Se decía que en esa época no iba a visitarlas mucho porque no quería que ellas lo vieran mal. ¿Le consta esto?

—Sí, eso también me lo decía. Yo siempre le puse las cosas en claro, en el sentido de que yo no tomaba alcohol, no era una chica de la noche ni consumía drogas, así que él nunca se presentó conmigo estando mal. Ni hizo nada delante mío. Pero sí sabía que en ese momento Diego estaba luchando contra sus adicciones.

—¿Y usted intentaba ayudarlo de alguna manera? En aquella época las drogas eran un tabú y había menos herramientas para tratar el tema…

—Tal cual. Siempre se habló del entorno de Maradona. Y era cierto, porque sacando a Guillermo era como que todos se la creían más que él. Diego era una persona súper humilde. Por lo menos, el Diego que yo conocí. Y quería compartir todo lo que tenía. Si te invitaba a tomar algo, por ejemplo, te insistía para que te pidieras más y más. Para darte una idea, un día invitó a merendar a mis hermanos, Axel y Guido, para poder conocerlos. Y los esperó con comida como para quince personas.

—¡Qué momento para sus hermanos!

—Imaginate, estaban enloquecidos. En ese momento, Diego estaba en un hotel céntrico y me pidió que fuera con ellos. Le causaba mucha gracia que uno se llamara Axel. Me decía: “¿Va a venir a verme Axel Rose?”. Y estaba muy entusiasmado por verlos. Pero cuando subimos a la habitación nos abrió él mismo, no era que tenía un séquito de asistentes como alguno se puede imaginar. Él nos estaba esperando, nos servía la gaseosa, nos convidaba las masitas…Y en un momento les dijo preocupado: “Chicos, no tengo ningún regalo para darles”. Mis hermanos no podían emitir una palabra de la emoción. ¡Y él encima quería hacerles un regalo!

—De más está decir que a Maradona le gustaban mucho las mujeres y que usted es particularmente atractiva, así que imagino que en más de una oportunidad la debe haber querido cortejar…

—Sí y no.

—¿Cómo sería eso?

—Él respetaba muchísimo que yo tuviese novio. Y, sobre todo, que fuera alguien a quien él conocía. Así que, aunque siempre me decía que yo era muy linda y que si me hubiera encontrado soltera la cosa hubiera sido distinta, nunca intentó nada más. Porque, además, en ese momento yo estaba con todos los preparativos de mi boda. Y de hecho, cuando me casé en el ‘98, lo invité a la fiesta.

—¿Fue?

—No, nos dijo a mi novio y a mí que nos agradecía mucho la invitación pero que no iba a ir, porque si no nos iba a opacar la celebración.

—Muy sensato de su parte…

—Es que era cierto. Estando Maradona, nadie le iba a prestar atención a los recién casados.

—Y su novio y luego marido, ¿no sentía celos de su relación con Diego?

—No, porque él casi siempre estaba con nosotros. Me acuerdo que Diego nos invitaba a cenar o a ir a La Diosa, que también era boliche bailable, pero íbamos los dos juntos. Y era al contrario: Maradona se ponía celoso si nosotros íbamos a saludar a otro famoso. Una vez, por ejemplo, estaba Alejandro Lerner y yo le dije que me encantaría conocerlo. Pero él me respondió: “Ustedes están conmigo. ¿Quién es Alejandro Lerner al lado mío?”.

—Convengamos que era bastante posesivo con sus afectos…

—Sí, era como si fueran de su propiedad. Pero nunca hubo celos que tuvieran que ver con la pareja.

—Le pregunto como mujer: más allá del amor que sentía por su novio, ¿nunca tuvo la fantasía de estar con el ídolo?

—No, porque la persona superó ampliamente lo que yo esperaba del crack del fútbol. Era tan terrenal, a pesar de ser la persona más conocida mundialmente. Fijate que todos, incluida yo, moríamos por conocerlo y por poder compartir algo con él. Pero él era un tipo humilde. Y yo siempre valoré más la amistad que él me dio que cualquier otra cosa. El hecho de que me contara su vida, que no tuviera tapujos a la hora de llorar adelante mío y que quisiera a mi familia me conmovía. Por darte un ejemplo, a uno de mis hermanos que se había ido a vivir a los Estados Unidos le mandó una copia autografiada del libro Yo soy el Diego. Eso habla de cómo era él.

—Si hubiera pasado otra cosa entre ustedes, tal vez, luego se habría perdido esa amistad. ¿Es así?

—Claro, pero más allá de eso, cuando lo conocí yo ya estaba planeando mi casamiento. Y, después de la boda, seguimos la relación. De hecho, yo quedé embarazada de mi primer hijo y tenía fecha de parto para el 30 de octubre, día del cumpleaños de Diego, aunque después se adelantó y nació el 28. Pero lo sentí como un homenaje a él.

—En el 2000 Maradona tuvo su gran crisis en Punta del Este y, después, se decidió su internación en Cuba. ¿Usted siguió en contacto con él en ese tiempo?

—Sí. El episodio que mencionás fue terrible. Y yo lo viví con mucha angustia. Justo en ese momento había perdido su número, por esto que te contaba que siempre cambiaba su teléfono. Pero después, por intermedio de un amigo, lo pude recuperar y me pude volver a comunicar con él. Nosotros nunca nos peleamos y, los períodos en los que no hablábamos, fue por esto. Pero yo tampoco quería ser un estorbo para su familia con todo lo que estaba viviendo. Así que preferí manejarme a través de otras personas para saber cómo estaba.

—Debe haber sufrido mucho por él.

—Fue muy complicado. Después, cuando se fue a Cuba, yo me puse contenta porque pensé que quizá iba a poder estar más tranquilo para afrontar el tratamiento que necesitaba. Y ahí empezamos a hablar de nuevo. Hasta nos invitó a mi marido y a mí a que fuéramos a visitarlo a la isla, pero yo le expliqué que ese no era el plan y que él tenía que ocuparse de su salud. “La idea es que estés allá solo o con tus seres más cercanos”, le dije. En ese momento estaba mucho con Claudia y con sus padres, don Diego y doña Tota.

—¿Alguna vez se los presentó?

—No.

—¿Y a Laura Cibilla que era su novia de entonces?

—Yo sabía de ella, pero tampoco me la presentó. A la única que vi una vez que fui a visitarlo a un hotel con mi marido fue a Gianinna, que era muy chiquita. La saludamos y compartimos un ratito, pero nada más. No conocí a nadie más de su círculo íntimo. Mi relación era solo con él.

—¿Hasta cuándo siguieron en contacto?

—Más o menos hasta fines de 2002. Ahí le perdí el rastro por este tema de los celulares y de la gente que lo empezó a rodear, que ya era bastante diferente.

—En 2003 Cóppola dejó de trabajar con él y cambió parte de su entorno…

—Claro. Y ya con la gente nueva que se sumó a Diego yo no me di.

—O sea que el resto de la historia la siguió por los medios.

—Exacto. También por boca de algún amigo en común que nos quedó. Pero ya no hablamos Diego y yo de manera directa.

—¿Cómo siguió su vida?

—Estuve casada, di a luz a mi hija menor y después de un tiempo me separé. Pero digamos que tuve una vida normal.

—¿Les contó a sus hijos sobre su amistad con Maradona?

—Sí, por supuesto. Ellos lo vieron en fotos. Yo tengo en mi casa muchas cosas firmadas por Diego, desde un plato hasta un libro. Y hasta tengo los envases de los perfumes que él me regalaba, el Angel que usó siempre. También están las camisetas que tiene su papá. Y la verdad es que siempre les contamos las historias que vivimos con él. Mi hijo, que es fanático, dice que le hubiera gustado conocerlo. Y yo lo intenté pero, lamentablemente, no fue posible llegar a él.

—Para entonces se había cerrado demasiado su entorno, ¿verdad?

—Exactamente.

— ¿Qué pasó cuando se enteró de la muerte de Diego?

—Se me vino el mundo abajo. Sé que puede sonar fuerte. Pero, aunque ya hacía muchos años que no lo veía, era una persona a la que yo quería de verdad. Siempre me demostró una amistad, un cariño y un respeto fabuloso. Me acuerdo que, ese día, yo llegaba de trabajar cuando leí un mensaje de mi hijo que decía: “No puedo parar de llorar”. Yo, asustada, le pregunté: “¿Qué pasó?”. Y él me puso: “Murió el Diego”. Yo no lo podía creer. Enseguida prendí la tele y, cuando vi la noticia, me desmoroné. Estaba en la cocina, me arrodillé en el piso y exploté en llanto. No podía admitir que fuese cierto. Porque su salud siempre estuvo pendiente de un hilo, pero….

—¿Las veces que había vencido a la muerte le hacían creer que era inmortal?

—Tal cual. Me quedé viendo la tele, esperando que dijeran que era una fake news. Pero bueno, lamentablemente, no lo fue.

—Usted tuvo acceso al sepelio íntimo en Casa Rosada, al que solo pudieron ingresar unas pocas personas. ¿Cómo vivió ese momento?

—Fue súper movilizante. Como recordarás, era en plena pandemia, así que yo no salía mucho. Estaba en un sector privado, no con el público que era multitudinario, pero igual éramos bastantes. Y es difícil poner en palabras lo que viví ahí. Pero terminé de entender que va a ser difícil que lo dejen descansar en paz. Porque yo tenía adelante mío su cajón. Y me enteraba por los medios que se decían cosas que no eran ciertas, que ahí no estaban ocurriendo.

—¿Se refiere a las supuestas indicaciones para que censuraran el ingreso de ciertas personas?

—Sí, ese tipo de cosas. O que hablaran de la presencia de algunos que realmente no habían ido.

—¿Cómo quiénes?

—No importan los nombres. Pero yo no vi ninguna de las situaciones que se mencionaron. No vi a nadie pidiendo que no dejaran entrar al alguien. Las hijas, Dalma y Gianinna, estaban ahí despidiendo a su padre. También la vi a Jana, que estaba muy mal, pero nadie la dejó de lado. Todas estaban unidas en ese momento. Igual que Claudia, a la que todos se acercaban para darle el pésame. No pasó nada raro.

—¿Alguien preguntó quién era usted?

—Que yo sepa, no. Yo había llegado con un par de amigos y me mantuve al margen, porque no conocía a nadie más. Sin embargo, ¿viste cuando se armó el lío con la gente, que empezaron las corridas y tuvieron que cerrar todo?

—Sí.

—Dalma, su marido, Gianinna y Jana estaban al lado del cajón, viendo a la gente que pasaba. Y Claudia me dijo: “Por favor, traeme a las nenas”. Ella estaba adentro de un salón en el que había un servicio de catering, más resguardada, donde estábamos la mayoría de los que habíamos participado de la despedida íntima. Así que fui a buscarlas. Y me vi en la situación de tener que agarrar la Copa del Mundo para que nadie se la llevara. Se la di a Fernando Burlando. Y acompañé a las chicas hasta donde estaba su mamá.

—Es increíble que, sin que nadie la conociera, terminara ayudando a la familia de Diego en ese momento tan triste….

—Sí. Ahora que lo decís, fue muy loco… Porque Claudia, sin conocerme, me pidió por favor que buscara a sus hijas. Gritaba desesperada: “¡¿Dónde están las nenas?!”. Entonces yo le dije: “Están al lado del cajón. ¿Querés que las llame?”. Y me rogó que lo hiciera. Así que yo salí de ese lugar resguardado y logré convencer a las chicas de que fueran con ella.

—Se cumple el cuarto aniversario del fallecimiento de Maradona. ¿Qué le pasa en estos días?

—Siento mucha tristeza. Es como que no termino de caer, o que no lo quiero aceptar… Me cuesta creer que ya no está más. Y me dolió mucho cuando ganamos el mundial. ¿Cómo podía ser que él no estuviera? También me pega mucho la fecha de su cumpleaños, porque no tengo a quién saludar ni con quien festejar. Pero la verdad es que tengo muy lindos recuerdos con Diego y prefiero quedarme con eso. Él hacía que todos fueran partícipes de sus reuniones y la pasaran espectacular.

—Habiendo logrado ese grado de intimidad con él, ¿podría decir que logró ser feliz?

—La felicidad está compuesta de pequeños momentos. Y yo pienso que Diego, en muchos momentos, fue feliz. Sobre todo, con su familia. Me lo dijo.

Fuente: Infobae

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