Con un anecdotario de chispazos internos, reproches y egos cruzados, Juntos por el Cambio termina su primer año como coalición opositora tras haber dejado el poder en 2019, sin un liderazgo definido pero abroquelado detrás de un eje común: su enfrentamiento cada vez más virulento con el Gobierno.
Conformada por la UCR, la Coalición Cívica (CC) y el PRO, el primer año de la coalición arrancó con el expresidente Mauricio Macri casi ausente (viajó un mes a Europa en plena pandemia de coronavirus) y una posición dialoguista y cercana al Gobierno por parte de intendentes y gobernadores de ese espacio.
La tregua duraría poco, y el primero en atentar contra ella fue el propio Macri, que salió de su ostracismo para alentar desde sus redes sociales las marchas contra la gestión del Frente de Todos en plena vigencia del aislamiento social preventivo y obligatorio (ASPO), luego de que en marzo ya había declarado (en una conferencia internacional) que «algo mucho más peligroso que el coronavirus es el populismo».
Gradualmente, Macri pasó del silencio a buscar recuperar su papel protagónico en la coalición que él armo en 2015, y, a comienzos de octubre, esa intención quedó expuesta en una serie de entrevistas en las que dijo: «Me equivoqué en generar una expectativa para la que no estuve a la altura», a modo de autocrítica.
«La movilización de la gente y la rebeldía, liderada por las mujeres, me da esperanzas de que este sea el último gobierno populista de nuestra historia», fue otra de sus expresiones por esos días.
Rodeado por algunos de sus exfuncionarios, como Guillermo Dietrich y Hernán Lombardi, y confiado en la mano dura de su exministra de Seguridad, Patricia Bullrich, para conducir el PRO, Macri se posicionó así como referente del ala dura de JXC.
Del otro lado, quedó el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, en dupla con la exgobernadora bonaerense María Eugenia Vidal, como cabeza de los «moderados» que, convencidos de lo impopular que resultaría en medio de la crítica situación generada por la pandemia, evitaron los enfrentamientos con el oficialismo.
Pero probablemente el divorcio más resonante sea el que Macri protagonizó con Elisa Carrió, referente de la CC y fundadora junto con él de Juntos por el Cambio, en momentos en que comenzaban a avanzar las causas judiciales que comprometen al expresidente.
En una entrevista, Carrió consideró que Macri «ya fue» y anunció que cumplirá su promesa de «no hablarle nunca más», luego de un diálogo telefónico en el que surgieron diferencias por la postura pública de Carrió para ungir al juez Daniel Rafecas como nuevo titular de la Procuración General de la Nación.
«Le corté y después le dije que no le iba a hablar nunca más, y así va a ser», contó la exdiputada, que había prometido retirarse de la política activa, pero que finalmente nunca se jubiló en los hechos.
Casi en simultáneo, Carrió recibió en su refugio de Exaltación de la Cruz a Rodríguez Larreta y Vidal, sus nuevos aliados en JXC, en un abierto mensaje de desaprobación y distanciamiento de Macri.
En apariencia, convidados de piedra en la pelea entre los duros y los moderados de PRO, y en las eternas idas y vueltas entre Macri y Carrió, los radicales y otros integrantes de la coalición opositora, sin embargo, aportaron a la discusión general.
Como prueba de ello, el senador cordobés Ernesto Martínez (referenciado en Luis Juez) dijo en una sesión parlamentaria que no aceptarían «operaciones mediáticas de señoras gordas» para elegir a Rafecas, en referencia a Carrió.
Así, entre halcones y palomas, y con diferencias tanto en el Congreso como en sus posturas frente a la pandemia, fue discurriendo el año para JXC, hasta que, en agosto, Rodríguez Larreta dijo que estaba «para jugar» en «un proyecto nacional» y expresó que «trabaja para que Juntos por el Cambio vuelva al Gobierno» en 2023.
Carrió elogió esas declaraciones en las redes sociales, mientras Macri dijo que su ex mano derecha «quiere ser Presidente desde los cinco años», toda una señal de cómo se ubica cada uno frente a las ambiciones del jefe de Gobierno.
Desde ese momento, Rodríguez Larreta empezó a enfriar su relación con el oficialismo, que quedó en evidencia el día en que el Gobierno anunció que le sacaría los porcentajes de coparticipación que la Ciudad había ganado por decreto durante la Presidencia de Macri y que elevó de 1,4% a 3,5% los fondos que tenían como destino específico solventar los gastos que demanda la policía porteña.
Hoy las diferencias internas que nunca fueron saldadas dentro de JXC quedaron en suspenso, mientras unos y otros se abroquelaron en una postura más crítica al Gobierno nacional, y a sus últimos proyectos y declaraciones públicas.
Como frutilla del postre, la figura de Emilio Monzó, titular de la Cámara de Diputados durante la etapa del macrismo, tomó un protagonismo inesperado este año: al principio porque fue el primero en criticar al Gobierno saliente (y reclamarle una autocrítica), pero después por los reproches que le haría el propio Macri.
«Nunca debí haber delegado la negociación política y yo la delegué en mi ala más política, con filo-peronistas tanto en la Cámara de Diputados y los gobernadores», fue la frase de la discordia, pronunciada por Macri en su regreso mediático.
El conductor de las negociaciones en Diputados era Monzó, y el negociador con los gobernadores era su hoy aliado político, Rogelio Frigerio, entonces ministro del Interior y Obras Públicas.
Las declaraciones generaron tal revuelo que el propio Macri intentó poner paños fríos: «La gente me votó a mí y yo soy responsable de todo lo que hicieron las personas que designé», dijo unos días después. «Estoy orgulloso de la gente que puse, fueron un muy buen equipo», añadió.
Eso fue después de que el vicejefe de Gobierno porteño, Diego Santilli, dijera que Monzó y Frigerio son «personas muy valiosas», y luego de que el radical Ernesto Sanz, cercano a Macri, le señalara que, «cuando la autocrítica incluye un pase de factura a terceros, deja de ser autocrítica y para ser crítica a otros».
Pero el encargado de responderle había sido el diputado Sebastián García de Luca, del riñón de los dos dirigentes cuestionados, quien recordó que «la estrategia política se definía en la Jefatura de Gabinete», en un tiro por elevación a Marcos Peña, siempre señalado como el más reacio a ampliar la coalición.
Finalmente, en las últimas horas, el propio Monzó dejó saldada cualquier duda, al señalar que «la relación con Macri no terminó de la mejor manera» y que Peña fue su «adversario» interno durante los cuatro años de Gobierno.