Venerado por la crítica, que lo definía como «el vocero de una generación» por sus canciones acústicas con un alto contenido social, Bob Dylan se presentó, hace 55 años, por primera vez con una estética y una banda eléctrica de corte rockero en el tradicional Festival de Newport de música folk, lo que le valió una estruendosa silbatina.
Esa reacción del público se convertiría en moneda corriente en los shows en vivo de esa etapa de su carrera, en la que decidió patear el tablero y experimentar una conversión artística clave en su trayectoria.
Aunque hacía pocos meses había experimentado nuevos sonidos en algunas canciones incluidas en el disco «Bringing it All Back Home», como en «Subterranean Homesick Blues» y «Maggie´s Farm»; su reciente composición «Like a Rolling Stone» y la reacción negativa de la «aristocracia» del folk a los sets eléctricos en el tradicional festival, marcaron un punto de no retorno para el icónico artista.
A partir de entonces, el Dylan que solía presentarse solo con una guitarra acústica y una armónica, y narraba historias en sus canciones que servían de guía para los grupos activistas y daba esperanzas a la «grey folk» sobre la continuidad de sus tradiciones en los jóvenes, iba a disolverse detrás de una controvertida figura pop, tal como quedaría demostrado en sus posteriores discos «Highway 61 Revisited » y «Blonde on Blonde».
Su interés por el blues y la influencia mutua surgida luego de su primer contacto personal con The Beatles en Nueva York fueron las dos caras visibles de esta transformación, pero en el fondo se trató del primer indicio del carácter artístico inasible del músico, que a lo largo de su historia transitaría caminos imposibles de vaticinar.
Tras los aclamados pasos de Dylan por el festival en las dos ediciones anteriores, el sábado 24 de julio de 1965 llegó a Newport con las mismas intenciones de ofrecer un set acústico pero las críticas al show eléctrico brindado ese día por la Paul Butterfield Blues Band hizo que cambiara de planes de manera drástica.
«Que se jodan si creen que pueden mantener la electricidad al margen. Lo voy a hacer», le anunció enojado a su representante Albert Grossman, quien había mantenido un intercambio de golpes con uno de los organizadores en su intento por defender a la banda blusera.
De esta manera, al día siguiente, Dylan se presentó en el escenario con algunos músicos de esa formación, entre los que estaba el guitarrista Mike Bloomfield, quien había participado de la grabación de «Like a Rolling Stone», y a los que también se sumó el tecladista Al Kooper, otra cara conocida y crucial de aquel registro por su fundamental aporte en el órgano Hammond.
Tras la presentación del maestro de ceremonias Peter Yarrow, el público quedó estupefacto al ver a un Dylan con una estética rockera desplegando un set conformado por «Maggie´s Farm», obviamente «Like a Rolling Stone» y una versión primal de lo que sería «It Takes a Lot to Laugh, It Takes a Train to Cry».
La breve actuación generó una confusión total, con un público que manifestó desde el inicio su reprobación con silbidos y abucheos, y el nerviosismo de los organizadores que indignados buscaban la manera de ponerle fin al set.
Detrás de escena, el prócer del folk Pete Seeger comentó que el sonido atronador de Dylan era insoportable y que si tuviera en la mano un hacha cortaría el cable que alimentaba de electricidad al escenario.
La leyenda que se forjó al respecto hablaba de un Seeger con esa herramienta en la mano intentando la maniobra, aunque todos los testimonios lo desmintieron e, incluso, en el documental «No Direction Home», de Martin Scorsese, varios aclararon que los nervios del veterano cantante se debían a que el ruido alteraba a su anciano padre, presente en el lugar, quien usaba un audífono.
La realidad es que Dylan quedó devastado al bajarse del escenario y conocer la reacción de su admirado Seeger, y estuvo deambulando por los bastidores sin comprender lo que pasaba. Casi forzado por la situación, regresó al escenario con una guitarra acústica, pidió prestada una armónica e interpretó «Mr. Tambourine Man» e «It´s All Over Now, Baby Blue», lo que lo redimió en parte ante el público.
Más allá de eso, no hubo punto de retorno para él a partir de ese momento, tanto en sus próximos pasos artísticos como en lo referente a la relación con los tradicionales seguidores de la música folk.
En los siguientes meses, los abucheos en cada concierto de Dylan comenzaron a ser una práctica habitual y tuvo su momento más álgido al año siguiente, en Gran Bretaña, cuando un espectador le gritó «Judas» al producirse un silencio entre canción y canción.
Tampoco regresó al Festival de Newport hasta 2002, cuando se presentó disfrazado con una peluca y una barba postiza.
Más allá de las polémicas que se dieron en esta etapa, lo cierto es que esa primera noche compartida en 1964, en el Hotel Delmónico de Nueva York, en la que Dylan introdujo a The Beatles en el consumo de marihuana, significó el mayor enriquecimiento que la música pop pudo haber tenido. Mientras el estadounidense se electrificó y cambió la manera de narrar historias, los británicos, en especial John Lennon, dotaron a sus líricas de un carácter instrospectivo.
Y los sucesos ocurridos en el Festival de Newport apenas quedaron como uno de los tantos hitos en los que el gran poeta pop mostró que era capaz de barajar y dar de nuevo, más allá de críticas y alabanzas, y de los aciertos o errores que eso conllevaría.
«Siempre busqué mi camino a casa. Lo sigo buscando», confesó un ya veterano Dylan a Scorsese en el citado documental de 2005, que mejor retrata la conversión de los `60, en lo que resultaría la más clara definición de su recorrido artístico.