Pidió por la recepción masiva de migrantes.
«Pensando en Cristo presente en tantos hermanos y hermanas desesperados que huyen de los conflictos, la pobreza y los cambios climáticos, necesitamos afrontar el problema sin excusas ni dilaciones», reclamó el pontífice al hablar en el antiguo Monasterio de las Carmelitas de la capital húngara frente a autoridades del país europeo.
La recepción de migrantes, según el Papa, «es un tema que debemos afrontar juntos, comunitariamente, porque en el contexto en que vivimos, las consecuencias, tarde o temprano, repercutirán sobre todos».
El mensaje del Papa, que llegó hoy a Budapest para una visita de tres días durante la que mantendrá encuentros religiosos, sociales y políticos, pareció una respuesta a las políticas de Orban, con quien se reunió al llegar, y considerado un dirigente conservador, con posturas antimigrantes, antisemitas y contrarias a las parejas homosexuales.
«Por eso es urgente, como Europa, trabajar por vías seguras y legales, con mecanismos compartidos frente a un desafío de época que no se podrá detener rechazándolo, sino que debe acogerse para preparar un futuro que, si no lo hacemos juntos, no llegará», pidió.
En ese marco, el Papa fue explícito al reclamar un cambio de actitud frente a los migrantes y refugiados al destacar que de los valores cristianos que defiende Orban «no sólo se desprende la riqueza de una identidad sólida, sino la necesidad de apertura a los demás, como reconoce la Constitución», antes de citar párrafos de la Carta Magna húngara que reconocen el respeto a culturas diversas y minorías nacionales.
«Esta perspectiva es verdaderamente evangélica, tanto que contrasta una cierta tendencia a veces justificada en nombre de las propias tradiciones e incluso de la fe a replegarse sobre sí», agregó luego Francisco.
Así como en el tema migratorio el Papa pareció alejarse del premier húngaro, luego mostró posturas más cercanas a Orban al referirse a debates actuales de Europa y al rechazar «el camino nefasto de las colonizaciones ideológicas, que eliminan las diferencias, como en el caso de la denominada cultura de la ideología de género, o anteponen a la realidad de la vida conceptos reductivos de libertad, por ejemplo, presumiendo como conquista un insensato derecho al aborto, que es siempre una trágica derrota».
El Papa, de 86 años y en su segundo viaje del año, aprovechó la llegada a lo que denominó como el «corazón de Europa» para hablar a la dirigencia política continental.
«En este momento histórico Europa es fundamental. Porque ella, gracias a su historia, representa la memoria de la humanidad y, por tanto, está llamada a desempeñar el rol que le corresponde: el de unir a los alejados, acoger a los pueblos en su seno y no dejar que nadie permanezca para siempre como enemigo», planteó en una gira en que buscará dar mensajes sobre una salida pacífica a la guerra en Ucrania.
En ese marco, Francisco llamó al continente «a encontrar el alma europea: el entusiasmo y el sueño de los padres fundadores, estadistas que supieron mirar más allá del propio tiempo, de las fronteras nacionales y las necesidades inmediatas, generando diplomacias capaces de recomponer la unidad, en vez de agrandar las divisiones».
«Pienso, por tanto, en una Europa que no sea rehén de las partes, volviéndose presa de populismos autorreferenciales, pero que tampoco se transforme en una realidad fluida, o gaseosa, en una especie de supranacionalismo abstracto, que no tiene en cuenta la vida de los pueblos», ejemplificó luego.
En otro pasaje de su discurso, en un contexto de guerra en la «martirizada Ucrania», el Papa sostuvo, sin embargo, que «en el mundo en que vivimos, la pasión por la política comunitaria y por la multilateralidad parece un bonito recuerdo del pasado; parece que asistiéramos al triste ocaso del sueño coral de paz, mientras los solistas de la guerra se imponen».
«En general, parece que se hubiera disuelto en los ánimos el entusiasmo de edificar una comunidad de naciones pacífica y estable, delimitando las zonas, acentuando las diferencias, volviendo a rugir los nacionalismos y exasperándose los juicios y los tonos hacia los demás», lamentó.
«La paz nunca vendrá de la persecución de los propios intereses estratégicos, sino más bien de políticas capaces de mirar al conjunto, al desarrollo de todos; atentas a las personas, a los pobres y al mañana; no sólo al poder, a las ganancias y a las oportunidades del presente», convocó.
Otro de los ejes de su primer discurso en Budapest fue el recuerdo de la «violencia y opresión provocadas por las dictaduras nazi y comunista» y su rechazo a «la deportación de cientos de miles de habitantes, con el resto de la población de origen judío encerrada en el gueto y sometida a numerosas atrocidades».
Francisco, que visita Hungría por segunda vez tras el viaje de 2021 en ocasión del Congreso Eucarístico Internacional, continuará hoy con sus actividades con un encuentro con el clero local.