El costo humano de diez años de combates y crímenes de guerra en Siria es incalculable, pero la destrucción de la economía de un país que supo ser una potencia regional en Medio Oriente es más concreta: más del 70% de la población está endeudada y necesita ayuda para subsistir, el Producto Bruto Interno (PBI) se contrajo dos tercios y el costo de la reconstrucción se estima en más de 23 PBI.
A finales del año pasado, el Gobierno de Bashar al Assad presentó su presupuesto más bajo, con una caída del gasto real per cápita del 70% desde el inicio del conflicto y más de un 82% dedicado a gasto corriente, es decir, con casi nula posibilidad de invertir en la tan prometida y necesaria reconstrucción.
Según un análisis del Centro Sirio para la Investigación de Políticas, la porción de los ingresos del Estado que provenía de impuestos pasó de representar dos tercios antes de la guerra a solo un tercio en 2019, principalmente por el derrumbe del 90% de la producción petrolera en las zonas controladas por el Gobierno y del consumo y la actividad en general en el país. Ya hace dos años, la ONU estimaba que más del 80% de la población vivía en «la pobreza extrema».
En otras palabras, tras diez años de guerra y con una infraestructura productiva y de servicios en gran parte destruida o al menos dañada, el Estado sirio puede haber ganado la guerra militar, pero perdió sin dudas la económica y ahora no tiene dinero para recuperarse.
«Siria nunca quiso recibir un préstamo del Banco Mundial como política para mantenerse independiente. Incluso en los años más difíciles, como en los 80, cuando tuvo una crisis muy grande, nunca intentó conseguir créditos internacionales y no lo van a hacer tampoco ahora. Existen líneas de créditos, pero brindadas por el Gobierno iraní», explicó a Télam el profesor de Economía del Hampshire College de Estados Unidos y el experto líder de la Comisión Social y Económica de la ONU para la Agenda Nacional para el Futuro de Siria en Asia Occidental entre 2014 y 2018, Omar Dahi.
El académico nacido en Damasco también destacó que, antes de la guerra, Siria era un país poco endeudado, con una deuda pública que representaba alrededor del 25% de su PBI en 2010.
«Ahora no se sabe exactamente cuánto es, pero es mucho mayor, y además hubo una pérdida grande de reservas, que eran muy significativas. Su situación económica se deterioró con el conflicto, los cierres por la pandemia, las sanciones y finalmente con la crisis financiera de Líbano, uno de los países vecinos que alberga a más sirios que trabajan y mandaban dinero en forma de remesas. Eso también se cortó», explicó.
Las cifras de la guerra se han repetido muchas veces: más 500.000 muertos, más de 5,6 millones de refugiados principalmente en naciones vecinas y 6,6 millones de desplazados que también tuvieron que abandonar sus hogares pero se quedaron dentro del país, muchos en campamentos asistidos por organizadas humanitarias.
Pero detrás de ellas se esconden heridas más profundas que hacen aún más difícil reconstruir el país: una masiva fuga de cerebros y de capitales de empresarios locales que aún no tienen ningún interés o razón para volver, y, dado que más de la mitad de la población tuvo que abandonar su casa y vive de manera precaria e inestable dentro o fuera del país, una gran parte de los jóvenes sirios tendrá o tuvo una peor educación que sus padres.
«Cuando algunas fábricas sirias fueron destruidas, mucha gente mudó sus fábricas y talleres, pero no solo a la capital (Damasco), sino también a Turquía, Egipto, Argelia o Jordania. La industria y manufactura siria se convirtió en uno de los inversores más grandes para instalar compañías en Turquía o Egipto entre 2012 y 2019. Todo ese capital se fue de Siria», explicó Dahi.
«Ahora el país está experimentando una importación de capitales. -continuó- Los dos mayores inversores extranjeros son Irán y Rusia. Hoy hay muchas empresas rusas, la más importante es Soyuzneftegaz, que originalmente era subsidiaria de Gazprom y que ahora es una importante empresa de ingeniería de la construcción y que se convirtió en un actor principal de la economía siria. Está expandiéndose en uno de los sectores más lucrativos de Siria que es que el sector de fosfatos, pero también el manejo del más importante puerto sirio va a estar en manos de esta compañía los próximos 50 años».
«También hay empresas iraníes invirtiendo. Pero hay un obstáculo a todas estas inversiones que es la propia guerra y las sanciones occidentales. Esto resulta en una economía profundamente sofocada. Por eso, ahora hay una disputa no solo de influencia política sino económica de Irán y Rusia en Siria, y muchas empresas rusas e iraníes se están disputando los contratos. Sin embargo, el capital en Siria es muy limitado, si ves los otros países de la zona, tienen una infraestructura que en Siria ya no está», agregó.
Para Dahi, a nivel nacional, «la escala de la destrucción es incalculable»; sin embargo, la devastación y la incipiente reconstrucción no es pareja en todo el territorio.
«Lo que vemos ahora es una partición muy grande a nivel económico y político, donde algunas áreas están muy degradadas como en el Noreste en la frontera con Irak y el Kurdistán, y otras como en el Norte en el límite con Turquía, donde los turcos están afrontando gastos médicos y educacionales. Eso le va a costar mucho a Siria, si quiere volver a ser un país unificado. Por ejemplo, en el Noreste hay muchos proyectos y organizaciones estadounidenses trabajando e invirtiendo, pero hay sanciones económicas muy grandes por parte de Washington para el resto del país. Entonces, es más que económica la fragmentación porque se van construyendo sentidos de pertenencia diferenciados», concluyó el economista sirio.