Alberto Fernández afirmó que había escuchado el “veredicto” de las urnas, pero le bajó el precio a la elección –una “enorme encuesta”, dijo- y enfatizó que insistirá con la disputa entre “dos modelos”. Inquietante.
El resultado desmoronó los planes. La intención era destacar la lectura bonaerense sobre la consideración nacional. Eso es lo que expuso el apurado festejo cuando no había cifras reales –un acto insólito y chocante, no sólo visto después en perspectiva- con Máximo Kirchner, Axel Kicillof y Victoria Tolosa Paz eufóricos. Pasadas unas horas, la imagen que acompañó al Presidente resultó ilustrativa, sobre todo por el cuidado segundo plano de toda la primera línea oficialista.
Alberto Fernández quedó solo frente al micrófono. Fue expresión de una interna en tensión, con proyección riesgosa. Eso, potenciado por las versiones que desde el kirchnerismo duro colocaban en Olivos la carga de la derrota. Todo indica que el voto castigo o de cansancio y malestar social no puede ser entendido como un mensaje restringido al Presidente. En todo caso, el desgaste presidencial tiene relación directa, en primer lugar, con el esquema de peso invertido en el poder. Así nació la fórmula. Los costos incluyen y trascienden al Presidente.
En primer lugar, lo ocurrido en la provincia de Buenos Aires, territorio de CFK. Allí, si se quiere, fue más impresionante el derrumbe oficialista –empezando por distritos de peso en el Gran Buenos Aires- que la trepada de JxC, ahora Juntos. La principal fuerza opositora exhibió el sostenimiento de su caudal propio, algo notorio en el llano. En las últimas tres elecciones estuvo en torno de los 38 o 40 puntos, en escenarios diferentes. En 2015 y 2017 existían ofertas fuertes de peronismo no kirchnerista. Ahora, en cambio y como en 2019, el FdeT mantuvo unidas a las distintas vertientes peronistas pero dejó casi 20 puntos en el camino.
Uno de los grandes temas es ese, el destino de esos votos. No es una cuestión exclusivamente bonaerense. El alcance territorial es más amplio y es posible que provoque reproches cruzados entre Olivos, el kirchnerismo duro y los gobernadores e intendentes.
JxC se impuso en quince distritos: cuatro que gobierna y once en manos del peronismo. En ese conjunto, sobresalen los triunfos en los cinco de mayor peso electoral: Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, la Capital y Mendoza. Ese cuadro es el que genera mayor impacto en el oficialismo porque si se sostiene, o profundiza, afectarían sobre todo el panorama del Congreso. Un dato: la oposición ganó en seis de las ocho provincias que deben renovar senadores.
Por supuesto, nadie puede identificar un único factor que explique el resultado. Existe un conjunto denso: la mala administración de las restricciones frente al coronavirus –no sólo la extensión de la severa cuarentena inicial-, la profundización de la crisis económica y social, los conflictos sectoriales –el más notorio pero no único, con el sector agropecuario- y los privilegios del poder, expuestos de manera irritante con la vacunación VIP y los festejos en Olivos.
Las consecuencias de la derrota abren al menos especulaciones en dos terrenos. El gabinete nacional como expresión de las tensiones domésticas, empezando por la relación entre el Presidente y CFK. Y la economía, por el temblor doméstico y las medidas que vaya tomando el Gobierno con la mirada puesta en noviembre.
El oficialismo decidió polarizar con JxC y con Mauricio Macri en particular. Terminó perdiendo en la provincia de Buenos Aires y en el plano nacional. El resultado del total país le daría a JxC un triunfo de alrededor de diez puntos, 40 a 30 aproximadamente. Esas cifras exponen también que la idea de plebiscitar resultó peor: más de dos tercios de los votos fueron de rechazo, que no es homogéneo en término de alineamiento político pero indica un estado colectivo.